lunes, 4 de marzo de 2013
Ficha: De la familia a la escuela. Infancia, socialización y subjetividad – Carli y otros
TÍTULO DEL LIBRO: De la familia a la escuela. Infancia, socialización y subjetividad,
DATOS BIBLIOGRÁFICOS
AUTOR O AUTORES : Sandra Carli, Alicia Lezcano, Mariana Karol, Martha Amuchástegui
EDICIÓN : Primera
Nº VOLÚMENES : uno
LUGAR Y FECHA DE EDICIÓN : Buenos Aires, 0ctubre 1999
EDITORIAL : Santillana
Nº DE PÁGINAS (TOTAL) : 128
Nº DE CAPÍTULOS Y SUBTÍTULOS DE LOS MISMOS :
Capítulo 1: La infancia como construcción social (Sandra Carli)
Capítulo 2: Las miradas sociológicas sobre los procesos de socialización (Alicia Lezcano)
Capítulo 3: La constitución subjetiva del niño (Mariana Karol)
Capítulo 4: Escolaridad y rituales (Martha Amuchástegui)
FICHA: Analía Ledesma
CONTENIDO (Temas Centrales)
Las transformaciones que afectan a la constitución del niño como sujeto en una trama social y cultural.
La necesidad de producir nuevas estrategias de comprensión y explicación.
La infancia como construcción social e histórica y como campo problemático de la formación docente, analizada desde distintas perspectivas teóricas, conceptos y reflexiones de autores de diferentes disciplinas.
Contenidos por Capítulos :
Capítulo 1: La infancia como construcción social (Sandra Carli)
La infancia ha sido durante el siglo XX objeto de numerosos estudios desde distintas disciplinas e instituciones. Sin embargo, “la constitución de la niñez como sujeto sólo puede analizarse en la tensión estrecha que se produce entre la intervención adulta y la experiencia del niño”.
Se puede observar en la actualidad una “mutación de la experiencia infantil” que lleva a padres, maestros, mercado, instituciones y especialistas a estudiarla. Esta mutación es estructural y está caracterizada por varios aspectos: la variación en las estructuras y lógicas familiares, las políticas neoliberales, la influencia del mercado y los medios de comunicación y las transformaciones culturales que afectan a la escuela.
Según Renato Ortiz, los medios de comunicación cumplen hoy “funciones pedagógicas que antes desempeñaba la escuela; proveen referencias culturales para las identidades de los hombres”. Esta influencia de la tecnología, generaría una mayor distancia entre las generaciones, lo que también puede verse en lo social, donde el trabajo infantil, el delito, la vida de los niños de la calle, generan una autonomía temprana y borran las diferencias entre la infancia y la adultez. Pero esto no quiere decir que la infancia haya desaparecido, sino que tiene nuevos rasgos en una sociedad diferente.
Se han construido a lo largo de la historia diferentes imaginarios sobre la infancia y variadas tesis sobre el niño. En Argentina, la escolaridad obligatoria funcionó como “un dispositivo disciplinador” e incidió en la conformación de la cultura y la sociedad del país. Pero también contribuyó a la constitución de los niños como sujetos. El positivismo del siglo XIX intentaba disciplinar eliminando las diferencias. La Escuela Nueva y el Psicoanálisis, en las primeras décadas del siglo XX dan lugar al reconocimiento del niño y su naturaleza. En las décadas del 60 y 70 son la pedagogía de la autogestión, la psicología genética, la pedagogía antiautoritaria y la literatura infantil, las que analizan la infancia en una sociedad que se transforma de manera acelerada.
Todas las tesis sobre el niño, desde la del “adulto en miniatura”, las relacionadas con la “maldad o inocencia” o con la “autonomía o heteronomía” del niño, forman parte de los debates sobre las fronteras entre las edades e influyen aún en las prácticas de enseñanza-aprendizaje y en el papel de la educación frente a la constitución del sujeto (vínculo educativo de confianza o de control).
“El fin de siglo nos enfrenta, como educadores, a algunos desafíos, ante la presencia muchas veces salvaje de las lógicas del mercado y ante la ausencia de un protagonismo sostenido del Estado”. La globalización, la falta de promesa de futuro, las políticas liberales han producido cambios importantes. La escuela pública es el espacio privilegiado para la población infantil en riesgo, pero a la vez las deterioradas condiciones del trabajo docente y la multiplicidad y dispersión de saberes de la pedagogía dificultan el proceso. “Son los niños los que desafían a redefinir las escuelas”.
En este contexto, es necesario volver a colocar la “condición humana” del proceso educativo por encima de todo, lograr el descentramiento de los adultos y construir una nueva mirada pedagógica al futuro.
Capítulo 2: Las miradas sociológicas sobre los procesos de socialización (Alicia Lezcano)
Se entiende por socialización a un “proceso continuo en el que el o los individuos aprehenden, aprenden y transmiten aspectos sustantivos, significativos y simbólicos del mundo social que los involucra en un espacio y un tiempo específicos”. “Estos individuos tienen la potencialidad y pueden generar la autonomía suficiente que les permita mejorar, romper y/o modificar lo preestablecido que posee toda transmisión cultural, económica y social realizada de generación en generación.”
A partir del siglo XVIII, con el advenimiento del capitalismo y el cambio en la sociedad, se promovió un tipo de disciplinamiento para asegurar el orden y el progreso. Nacen y coexisten allí dos escuelas opuestas: el positivismo y el marxismo.
El positivismo equipara lo social a un organismo. “La tarea a cumplir era observar y corregir todas aquellas desviaciones que se produjeran en la búsqueda y establecimiento de este orden”. Es la familia el ámbito de control.
El marxismo o materialismo histórico “entiende que el conflicto es el motor del cambio social. Parte de la concepción del hombre y sus potencialidades (…) que estarían por encima de las estructuras de la sociedad”.
El funcionalismo considera a la sociedad como un todo estructurado que busca el orden social a través de la familia y otras instituciones que regulen las conductas, tratando de evitar tensiones o conflictos sociales. La familia es la que tiene la función de socializar al niño, cumpliendo cuatro funciones: sexual, económica, reproductiva y educativa. Para Parsons, el proceso de socialización es un aprendizaje particular que permite “modelar la conducta del niño, evitando o previniendo a posteriori actitudes fuertemente lesivas o desviadas”. Se basa en la relación estímulo-respuesta, tomando al niño como objeto. Esta teoría se transformó en prescriptiva, por lo que todo lo que se salía de los parámetros quedaba fuera de lo establecido, apareciendo así, en la primera mitad del siglo XX, los “niños con conductas antisociales” o “menores en riesgo moral o material”.
En las últimas décadas no hay una dirección única en cuanto a las teorías de socialización. “La riqueza de los nuevos aportes es la de retomar una concepción diferente del hombre y de la sociedad”, teniendo como base las interacciones entre individuos. Giddens, Habermas, Goffman, son algunos de los autores que piensan que el individuo puede “tener acciones que son producto de deseos y un control reflexivo”. De este modo cambia la visión de niño-objeto a niño-sujeto, con la capacidad de elegir las formas de ser, hacer y transformar.
La socialización se transforma así, en un proceso continuo de transformación donde unos aprenden de otros, sin diferencias entre adultos y niños.
Para que este proceso se realice, debe haber actores sociales que interactúen con el niño “en un marco especial de protección, nutrición y afecto”, donde se cree una estructura de confianza que le permitirá afrontar los riesgos en su vida adulta.
Es importante tener en cuenta que estas teorías se han desarrollado en otros países, por lo que, si bien sirven para el estudio y la reflexión, hay que adaptarlas a nuestra sociedad, con sus características propias.
Capítulo 3: La constitución subjetiva del niño (Mariana Karol)
“La escuela es una institución fundamental en la vida de los niños que da cuenta del pasaje del mundo de lo privado al de lo público. En ese pasaje se ponen en juego aspectos de la constitución psíquica del niño y de la continuidad de lo social”.
Hay tres condiciones que permiten la constitución subjetiva del niño: la función materna, la función paterna y la del campo social.
Diversos estudios han demostrado que no existe un sujeto dado desde el origen, sino que debe pasar por un complejo proceso para constituirse. Silvia Bleichmar y Piera Aulognier hablan de diversos pasajes (de cachorro humano o infans a sujeto, de mundo privado a mundo público, de universo endogámico a universo exogámico) que “implican un complejo trabajo psíquico, una serie de condiciones mínimas y necesarias sin las cuales el sujeto no es tal”.
En la constitución subjetiva debe estar el “Otro”, los contactos, de los que depende la vida de un niño en los primeros tiempos. El contacto con la madre va a instaurar la sexualidad (como placer, pulsión). La función materna codifica y violenta significaciones. La función paterna, imprescindible también, será simbólica y no biológica. Será el representante de la ley, el “primer agente de los otros y propiciará la salida al campo social.
En este proceso es importante el concepto de “yo”. Dice Piera Aulognier que el yo interpreta lo percibido, poniendo sentido al mundo que lo rodea, y este pasaje se produce a través del acceso al lenguaje. Es la palabra la que permitirá que el niño comience a ser su propio intérprete, su propio enunciante.
“Pero el yo sólo puede pensarse a partir de las categorías de tiempo e historia, de un tiempo historizado. El relato de los otros, a partir del cual el sujeto conocerá su origen, será fundante para su yo y le permitirá construir su proyecto identificatorio, relacionado con la salida al mundo exogámico, a la cultura y el campo social.
“La inscripción en lo social forma parte indisoluble y estructurante en la subjetividad de cada sujeto”. Esto se logra en la medida en que “las cosas y los individuos sean para él significativos, pasibles de ser cargados libidinalmente” (sublimación). Sin proceso de sublimación no hay conocimiento, por lo que la escuela debe ofrecer, propiciar y facilitar los “objetos públicos” necesarios.
Otro concepto que introduce Aulognier es el de “contrato narcisista” para referirse al fundamento de la relación entre el sujeto y la sociedad. Este contrato va a permitir conformar la ciudadanía y, a la vez, la singularidad. Hay una necesidad de transmisión (no de repetición) como pasaje para construir la diferencia, por lo que deja un margen de libertad.
La institución educativa es “lugar de pasaje fundamental en la vida de un niño”, lugar privilegiado para desarrollar la función simbólica. El docente debe ofrecer símbolos socialmente consensuados para que el niño construya sus propias significaciones. Es un referente, un representante del discurso social. Por esto no debe repetir lo primario, sino ofrecer algo distinto. En este sentido Graciela Frigerio habla de la necesidad de “volver a crear triangulaciones”. Si el objeto de conocimiento no está en este triángulo, no hay sentido en la relación entre el sujeto que aprende y el que enseña. Debe encontrarse el equilibrio entre la singularidad y la transmisión de lo universal.
Capítulo 4: Escolaridad y rituales (Martha Amuchástegui)
Partiendo de testimonios de personas que cursaron la escuela a principios de siglo, se analiza la importancia de los rituales en la escuela y su importancia en la formación de su identidad.
En la actualidad, algunos de estos rituales se han perdido, otros se conservan y otros han cambiado sus formas.
“Los símbolos se crean y se transforman en una trama social que se expresa en lenguajes y prácticas relacionadas y, por consiguiente, sus sentidos no son nunca fijos sino que están sujetos a los cambios históricos y políticos”.
La escuela permanece como institución a lo largo de la historia, pero las experiencias y los sentidos que en ella se transmiten no son los mismos. Hay maneras de comportarse en el aula, en el recreo, con los pares y adultos, la actitud frente a los símbolos nacionales, que “refieren al orden social, cultural y político del que participa”.
Los rituales se han abordado desde la antropología, pero Peter McLaren los analizó desde la vinculación con las prácticas escolares, teniendo en cuenta que “la cultura se manifiesta en un conjunto de símbolos transmitidos históricamente de generación en generación a través de los cuales se comunican percepciones y se desarrollan conocimientos”.
Algunas de las prácticas escolares que se pueden considerar rituales a lo largo de la historia son las fiestas patrias, la ceremonia de izamiento de la bandera, la formación después del recreo, etc. Muchas de estas prácticas estaban orientadas a formar la obediencia y la subordinación al orden jerárquico. “El silencio como señal de obediencia fue durante décadas una norma indiscutible de la vida escolar”.
Ante los cambios políticos y culturales, el reconocimiento de los derechos del niño, la democratización de los vínculos sociales, se plantea la necesidad de un cambio en los adultos responsables de la incorporación de los niños al mundo social que dé nuevos sentidos a los derechos y obligaciones y genere un vínculo de autoridad responsable.
Valoración Personal:
“Cambiar no significa empezar de nuevo, ni siempre es posible o deseable cambiarlo todo. Lo nuevo se construirá seguramente, como afirma un filósofo, sobre las ruinas del anterior edificio simbólico…”
Los niños de hoy, las nuevas infancias, tan diferentes de las que vivimos los que hoy somos adultos, nos piden a gritos un cambio. Nos damos cuenta de eso pero muchas veces tenemos miedo, no sabemos por dónde empezar o nos enredamos en teorías ajenas o impuestas que no nos llenan. Cambiamos todo o no cambiamos nada. La escuela debe reinventarse como institución para cumplir su función primordial. Los docentes debemos cambiar, buscar nuevas estrategias, tener en cuenta la especificidad de la función docente, y por sobre todo, crear una estructura de confianza para lograr que el niño encuentre en la escuela el ámbito propicio para desarrollar su personalidad, su identidad, su autonomía.
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